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  1. Me como la manzana... (NY II)

    viernes, 28 de agosto de 2009

    NY no es una ciudad. Es LA ciudad. Aquí impera una ley de Murphy permanente. Si algo puede suceder, lo hará tarde o temprano. Sigo sin visitar Brooklyn, sin cumplir mi sueño de un encuentro fortuito con Paul Auster en un puesto de pretzels. Sin embargo, sus casualidades tenían que estar presentes. Si no, NY no sería el mundo que yo descubrí a través de sus libros. En el observatorio del Empire State me encontré con una tocaya, paisana y compañera de facultad. Supe que estaba aquí de vacaciones gracias a Facebook, pero no me imaginaba que nuestros hoteles estarían a tres calles de distancia, ni que nos cruzaríamos en lo alto de la city. Y es que escalar este edificio como King Kong es seguro más fácil que esperar una hora de cola, subir 6 pisos andando y pelearse por las vistas con los prejubilados italianos, que tienen tomada la ciudad. Se les reconoce por el moreno Berlusconi.

    El jugo de la manzana ya está bastante exprimido: la ONU, el Museo de Historia Natural, Central Park, Little Italy, Chinatown, SoHo... y, por supuesto, el Metropolitan, aunque los "robos" artísticos merecen una entrada aparte. Al menos, eso pensarán los iraníes, egipcios, franceses o japoneses que visiten el museo. También le he dado un beso a Miss Liberty y he intentado hacerme pasar por ejecutiva agresiva en el distrito financiero. Esa parte no ha ido tan bien. Cuando voy a pagar en las tiendas, siento que estoy en Cádiz... la gente es muy simpática y educada (que no falsamente educada, como en Britania). Si no fuera porque la dependienta es un armario empotrado con rastas y un acento incomprensible, empezaría a asustarme. En el fondo, es la gente la que hace a las ciudades. Ya me gustaría a mí ir andando por la Quinta con la 35th, con una gorra de los Yankees y orgullosa de ser neuyorquina, de mi ciudad sin cubos de reciclaje, con tortugas ninja y olor a pescado podrido.

  2. Cojo la manzana... (NY I)

    domingo, 23 de agosto de 2009

    Amanece en Nueva York. El camino no ha sido fácil. Dos horas de retraso, turbulencias, familias pijas, azafatas con mala leche y el repiqueteo constante de los deditos de los niños jugando en la pantalla que está detrás del asiento del avión. NY nos recibe con las omnipresentes banderas de barras y estrellas y un cartel gigante de Desigual. Después, en el control de aduanas, mantengo la calma. Parece que el Miolastán que me tomé hace 8 horas y no me hizo ningún efecto al cruzar el Atlántico empieza a dejarse notar. Cuando el guardia me pregunta si me han detenido alguna vez por cruzar ilegalmente la frontera desde Méjico, la cosa se anima. Respondo que es la primera vez que vengo a USA. Me dice que me llamo igual que alguien con esos antecedentes. Me dan ganas de decirle que él se llama igual que el niñato de "Solo en casa", pero me contengo y le contesto que mi segundo apellido es bastante común. Asunto zanjado. Huellas dactilares (solo faltan las de los pies), foto, preguntas y, si me pusieran un microchip y una vacuna, me sentiría un auténtico perrito extranjero. Librepensador, eso sí.

    Ya en la calle, un taxista loco y simpático que presume de hablar 7 idiomas ("parla espainolo", me dice) nos hace sufrir más de la cuenta mientras hace zigzag entre el tráfico y reta a cualquiera que se interponga en su camino (GTA VII NY taxi drivers, se me ocurre como lanzamiento estrella para esta temporada). A punto de vomitar la pizza de la merienda, distingo por fin el perfil de la ciudad. Veo el Chrysler, el basket callejero, los coches gigantes, porque aquí todo es "huge" y noto la lluvia áspera como esta ciudad. NY nos da la bienvenida con los brazos abiertos.

  3. A falta de FIB...

    jueves, 6 de agosto de 2009

    Ir al FIB es una de las 4 cosas que cualquiera debe hacer al menos una vez en la vida. Creo que las otras 3 tenían que ver con árboles, niños y libros. En mi caso, para que esto se cumpla, han de darse estas condiciones: que tenga dinero, que queden entradas y que no trabaje. Este año ha fallado la última, la más molesta.



    Por eso, el finde pasado emigré al Low Cost Festival, el concierto no gratuito más barato del verano. En Alicante, además de una humedad selvática y unos helados para morirse, hay algún indie que otro suelto. El festival aún no está a la altura de otros, pero a mí me gustó. El viernes vi a Los Domingueros, con un Jero dándolo todo en camisa de leñador y el pelo como el actor secundario Bob. El sábado me bañé en un jacuzzi que llaman mar Mediterráneo. Ya de madrugada, llegué a la hora ideal para mantener "la distancia adecuada" con Nacho Vegas. Entre la humedad y un pureta tan intenso habría caído desmayada al segundo acorde. Eso sí, no me perdí a toda una musa de Tarantino con un atuendo muy suyo y un directo de impresión. "Julieta" Lewis, como se hacía aclamar por el público, se dejó la voz, el cuero y el penacho indio en el escenario. El plato fuerte de la noche fueron los Vetustos, que me hipnotizaron con sus nuevos temas. Además, acerté una apuesta por partida doble: la primera y la última canción que tocarían. El premio: una paella para despedirme hasta el próximo festival.

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