Desde el mes pasado me reúno los lunes con dos guionistas, una doctora uruguaya, una redactora que ha entrevistado a Justin Bieber y una flor sin espinas en una librería cerca de Tirso. Aprendemos el arte de hacer diálogos, inventar ficciones que parezcan reales, inspirarnos y ser críticos. A veces incluso nos visita un escritor famoso y, a pesar de las pintas de intelectual, pensamos durante casi una hora que es el nuevo alumno y que por eso viene a clase enchaquetado y escucha con atención.

Hoy tocaba una especie de actividad extraescolar. Era en la casa-estudio de una artista de verdad, de esas que venden cuadros a medio kilo la pieza. Al principio me he sentido algo fuera de lugar. Era la tercera persona más joven de las presentes y aún no me había tomado un vino como casi todos los demás. Luego, Ada Salas ha dado una clase magistral de cómo se recitan verdades. Y solo quedaba el silencio, la perfección de la poesía corta y sin artificios. Hemos hablado brevemente y me he ido de puntillas. Aún flotaba algún verso en la sala y era mejor no estropearlo. Ahora pienso en qué haré los lunes por la tarde a partir del próximo mes, cuando ya no tenga cita literaria. Se aceptan sugerencias.
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