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  1. Éramos pocos...

    miércoles, 17 de marzo de 2010

    Dicen que las crisis son momentos de gran creatividad para los artistas. Seguramente también sirvan para que los espabilados salgan de caza. En mi caso, sufro (ya no en silencio) la crisis en el ámbito de las traducciones juradas. En mis dos primeros años como traductora llegaron a suponer casi un 15% de mi facturación. También es cierto que trabajaba demasiadas horas para conseguir un sueldo inferior al de todas las cajeras de España, ya sean de Eroski, Mercadona o el Corte Inglés. Desde finales de otoño de 2009 he recibido una docena peticiones para realizar presupuestos. Sólo uno de los clientes me ha encargado a mí finalmente el trabajo en unas condiciones de tarifa a mitad de precio por motivos que no vienen al caso (lo que se hace a veces con amigos o gente que no puede pagarte). Si consideramos que antes de esa fecha, es decir, desde 2006, sólo habían rechazado dos veces mis presupuestos, empiezo a plantearme que algo pasa.

    ¿Qué hago ahora que no hiciera antes o viceversa? Pues sigo ofreciendo precios competitivos (sin pisar la dignidad profesional), presento un presupuesto con rapidez, entrego en plazos lógicos con puntualidad e imprimo mis trabajos en un bonito papel verjurado de Galgo con marca de agua perruna.


    El caso es que el número de intérpretes jurados en la provincia donde estoy registrada se ha duplicado últimamente. Pero eso no es excusa porque si los precios son los mismos, habrá otro aspecto que haga que pasen de mi culo. Al tercer rechazo me cuenta un posible cliente que hay paisanos que fijan precios bastante más asequibles. Y ahí sí que me enfado. Porque si alguien ofrece un servicio mejor al mismo precio que yo, aceptaría sin pensar. Pero si pierdo mis vacaciones porque hay dos listos reventando el mercado perdemos todos. Yo, porque en vez de irme fuera tendré que optar por un hostal cutre en la playa donde sólo me sentiré en el extranjero por los guiris borrachos que me rodeen. Mi competencia, porque el día que intenten subir sus tarifas, los clientes volverán a mí pidiendo pan duro... De momento, no sé qué hacer. Dudo entre empezar a envíar cabezas de caballo, echar currículum en algún ayuntamiento costero donde poder especular o cambiar de profesión. Como siempre, se aceptan ideas.

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  2. Los arándanos

    jueves, 11 de marzo de 2010

    Hace 11 años pasé por primera vez un mes de verano en el extranjero. Era una de esas becas que concedía el Ministerio de Educación para que los de mi generación supiéramos algo de inglés al llegar a mi edad. Seguro que alguien previsor ya se imaginaba que los Ni-Ni estaban a la vuelta de la esquina. No sé si su esfuerzo sirvió para algo. Ese año me tocó en suerte un pequeño y anodino pueblo inglés (Kettering), donde no había casi nada que hacer por las tardes, aparte de ir a un polideportivo o a una asquerosa piscina climatizada. En verano, sí. El clima no daba para mucho más.

    Aprendí de todo ese agosto. Nos divertíamos engañando a nuestras hermanas adoptivas japonesas, que nos ganaban en edad pero no en espabile. Se fueron todas de Inglaterra con monedas de 5 duros, de esas que tenían agujero, colgadas de una cinta al cuello porque les dijimos que eso era lo más "typical Spanish". Además, ampliaron su vocabulario de español con expresiones útiles como "me gusta tu culito". Por mi parte, desarrollé una técnica para esconder el kidney pie (pastel de hígado) que me daba mi madre adoptiva y después alimentar a sus perros. Ella era una enfermera prejubilada con tintes nazis cuyo marido parecía (y seguramente era) un albañil gitano. Una pareja peculiar. También hice algunos buenos amigos, aunque no los localizo en Facebook. Lloramos todos al despedirnos. Se ve que nos anticipábamos a Gran Hermano, porque en ese mes todo se "magnificaba".

    Recuerdo muy bien que me compré unas Doc Martens rojas y me calé bajo la lluvia veraniega en un picnic en Hyde Park. Entonces aún rebobinábamos casettes. A mí me acompañaron, entre otros, los que grabé de Cardigans, Beatles y The Cranberries. Mañana voy a disfrutar de esa cinta en directo. Supongo que Dolores O'Riordan no será la de los 90 pero al menos me traerá buenos recuerdos de un verano en el que hubo hasta un eclipse de sol.

    1999 - Play