Hace ya tiempo que pienso que los habitantes de Madrid (en especial los que se desplazan en metro) son los que más leen de España. Los lectores son una tribu urbana como otra cualquiera, fácil de clasificar y estudiar. En número, como casi siempre, ganan las mujeres. En calidad, no lo tengo nada claro. A mí, por ejemplo, me daría vergüenza leer en público algo que se titule: "Aprende a decir no" o "Perdonar: ¿tiranía o liberación?". Supongo que la crisis y el verano son las excusas perfectas para que triunfen este tipo de bodrios. También pega fuerte entre los jubilados "La mano de Fátima". Otro subgrupo de lectores es el de los que forran los libros con papel para que nadie sepa (son vergonzosos como yo) que están leyendo un diccionario de francés, una novela eróticofestiva o la biografía no autorizada de Ana Botella.
Lo más sorprendente es el duelo, bastante desequilibrado, entre "Crepúsculo" y la trilogía sueca. Con los vampiros aún no me atrevo, que luego tengo pesadillas. En cambio a Larsson (que en paz se forre) he querido darle una oportunidad. No es para tanto, pero tampoco lo son otros que tienen un premio Nobel y copian más que Ana Rosa Quintana. Me hace mucha gracia cómo los que apuran la tercera entrega del nórdico miran por encima del hombro a los que apenas llevan 100 páginas de la primera. Parece que, en cualquier momento, vayan a fastidiarles el misterio revelando el nombre del asesino. A mí no me gusta partirme la muñeca en el metro leyendo un libraco al que le sobra la cuarta parte. Sin duda, lo mejor para el verano son los libros cortos y adictivos. En dos palabras: Paul Auster.